lunes, enero 22, 2007

Dios, los OVNIs y yo (no necesariamente en este orden de importancia).

1.- ¿Es la Biblia una obra de ciencia ficción?

El comentario recogido aquí surgió a colación de una discusión en el grupo Usenet es.rec.ficcion.misc sobre determinadas verdades fundamentales del género.



El usuario Crandell escribió:

Tampoco tengo una respuesta concreta sobre cual es la primera obra de cf, eso dependerá de la definición quee se utilice. No obstante os propongo una: La Biblia.



Está cada vez más claro que la Biblia (el Pentateuco, etc.) no es tan antigua como creíamos hace sólo unas décadas. El cuerpo atribuido a Moisés data, probablemente, de la época del exilio en Babilonia, y si existió un Moisés, muy poco o nada ha quedado de sus dictados en el texto actual.

Lo digo porque, sea o no de cifi, la Biblia es evidentemente más moderna que la Odisea.

Una pregunta: la "cifidad" o cualidad de una obra de ser de ciencia ficción, ¿depende de ciertas características esenciales del texto, de la intención del creador o creadores literarios, o de la actitud y el entorno histórico e ideológico del lector? Recuerdo que de niño leí un libro de Von Daniken titulado "Profeta del pasado", cuyo protagonista estelar era el Arca de la Alianza, de cuya naturaleza y fabricantes, lo que decía Von Daniken os podéis imaginar fácilmente [1].

Desde luego, Von Daniken (suponiendo que creyera sinceramente en lo que defendía) o uno de sus seguidores leería, hoy, la Biblia como una obra de cifi. No la leería igual un culto y creyente exegeta luterano, por ejemplo, ni ha sido leída así por la mayoría de la gente durante siglos.

2.- ¿Son los libros sobre OVNIs una Biblia?

Por cierto, ¡qué graciosa era "Profeta del pasado"! Venga a escarbar tremebundos pasajes bíblicos en los que el vengativo y puñetero YHVH de los ejércitos se cebaba en el inocente, con un mensaje moral accidental que yo encontré bastante sano: demostrar que no es que Dios fuera un sádico, sino que era un descuidado que había permitido que Oriente Medio se llenara de artefactos nucleares en manos de una Humanidad insensata e irresponsable y llena de semítica mala leche (y miel).

Dios o quien sea también permite que la historia se repita.

Uan batallita acerca de mi experiencia personal con los OVNIs: he conocido gente culta y con formación científica sólida que fue creyente "fuerte" en ellos hasta edades relativamente maduras [2], la veintena y más. E incluso ahora, si comentas algo de estos asuntos con ellos, les notas un cierto vacío emotivo, una añoranza de que la realidad fuera más rica y sugerente, más variada y esperanzada a corto plazo en la Gran Pregunta de si estamos solos en el Universo, de lo que todos los indicios apuntan ahora.

Sobre todo, observo que echan en falta un paradigma [3] en el que encajen al mismo tiempo, por un lado, su amor, su fascinación por la Ciencia como una ventana a las grandes preguntas de la Naturaleza, por otro, sus preocupaciones existenciales y estéticas, y, finalmente, su interés por las Humanidades, por los fundamentos culturales basados en la historia y en la tradición que conforman nuestra identidad colectiva.

El entramado pseudo-religioso ufológico (especialmente en su vertiente "antiguos astronautas") abastecía bastante bien de todo eso, a diferencia de una gran parte de la literatura (y de la actitud) científica de hace unos años[4], inecesariamente áridas y ensimismadas en la casuística.

Vamos, resumiendo, que cuando hablas ahora con esa gente, el mensaje final es: "no creo en esas cosas, no tienen ni pies ni cabeza, es absurdo y estúpido; pero, ¡ay! ¡cuánto más bonito era cuando todo aquello parecía tener algo de sentido!, aunque, claro, no voy a admitirlo abiertamente".


3.- Experiencias filosóficas en la Tercera Fase.

En mi caso, se puede decir que si mi actitud actual ante toda aquella "religión" es de ateo fuerte, mordaz y furibundo, en mi niñez (expandida) era de un agnosticismo complaciente: me agradaba esa actitud de veneración y estudio de nuestros orígenes culturales, pero muchos de aquellos postulados eran lógicamente inaceptables (se contradecían los unos a los otros), y muchas de aquellas manifestaciones eran obviamente un timo, muchas veces malintencionado, pero no rechazaba [5] una cierta "verdad de fondo", aunque la encontraba demasiado distante, indemostrable, inaprensible e irrelevante a efectos prácticos como para preocuparme mucho por ella.[6]

A mí, personalmente, quien me curó definitivamente de todo aquello fue Carl Sagan: recuerdo como si hubiera sido anoche la primera vez que vi el primer episodio de "Cosmos", en la que el tío empieza viajando por las lindes exteriores del Sistema Solar a velocidades (subjetivas) muy superiores a la de la luz y termina dándose un paseíto por el atrio de la Biblioteca de Alejandría con aire cotidiano y aquella divertida chaqueta de profesor americano de los setenta de hombros graciosamente angostos, como quien va al bar de la Facultad.

Ahí encontré una forma de ver las cosas en la que encajaban Ciencias y Letras, y aunque, desde luego, no necesariamente mi forma de ver las cosas es exactamente igual a la de Sagan, y no afirmo que me diera clara cuenta en ese mismo momento, ahí empezó mi propia convicción personal de que si mucha gente más o menos inteligente y sensata se siente en cierta medida desengañada por la Ciencia es porque cometen el error de esperar de ella un rol paternalista extremo, una figura protectora que te protege de la incertidumbre dándote todas las respuestas, cuando la Ciencia sólo te responde el cómo [7] y el resto de las respuestas te las tienes que dar tú mismo, a través de la filosofía, y sabiendo que, en lo que a tus necesidades "íntimas" se refiere son, y siempre serán, frágiles soluciones caseras, que pueden verse obligadas a cambiar, y no Verdades Eternas Dictadas por No Se Sabe Quién.

Verdad Eterna es un oxímoron en un mundo como éste, que muy evidentemente, ni es eterno, ni es inmutable. La clave del asunto es conseguir un estado de ánimo en el que asumir esa fragilidad, esa precariedad de lo que somos, y por ende, de lo que sabemos y damos por supuesto, no nos turbe, sino que nos traiga una cierta paz interior, a ser posible sin tener que tomar muchas pastillas.

Fin.

Podéis ir en paz.

domingo, mayo 14, 2006

El vengador.

Una contribución de Jean Mallart al creciente imaginario en torno a George W. Bush me da pie a una reflexión en clave ligera sobre las genuinas claves mítico-populares para entender a tan peculiar personaje (me refiero a Bush, no a Jean Mallart).

Abundan últimamente las comparaciones que lo presentan como el típico líder de un Imperio del Mal cuysa desmedidas ansias de poder lo colocan como la máxima amenaza a la paz: Un Sauron, un Hitler, un Señor de Annuvin. La alusión de Jean abunda en esta vertiente, y en general todas estas visiones responden a una creciente reacción anti-Bush en buena parte de origen puramente americano, y que, curiosamente en ese país, en los últimos tiempos ha pasado de la crítica, ácida y hostil, pero más o menos basada en argumentos, a una campaña desmedida y desbocada en la que las críticas han sido suplantadas por las conspiranoias más calenturientas, incluyendo la supuesta implicación de la familia Bush en el asesinato de J. F. Kennedy, un meme que en vez de quedarse en el ámbito de los abducidos de mollera ha ascendido a los salones y cócteles de figuras relevantes de la izquierda americana, como Oliver Stone, que se apresuran a darle un apoyo disimulado pero implícito, en un acto de irresponsabilidad cívica bastante chocante.

Con todo lo preocupantes que me resultan las extensiones a la vida real de la visión reducida y maniquea de los grandes clásicos de la ficción fantástica y de aventuras, sea en la faceta de "sauronización" de un presidente de los U.S.A. o en cualquier otra, hay que reconocer que, en este asunto, todo este rollo del Imperio Que Amenaza al Mundo y tal y tal lo empezó Bush, con aquellas campañas de opinión sobre el Eje del Mal, que sencillamente se han vuelto en su contra, y que para muchos finos y sagaces analistas (como, por ejemplo yo) nos dieron la pieza de convicción que nos faltaba para llegar a la conclusión de que el cuadragésimo segundo presidente de los Estados Unidos de América no era lo que parecía: un incompetente (como muchos de los mejores presidentes americanos, por otra parte) cuyas expectativas de un mandato tranquilo, económicamente próspero y sin grandes amenazas se vinieron abajo ante un 11 de septiembre que no supo prevenir ni responder, sino que era, lisa y llanamente, un tonto y un insensato.

Y llegamos así a mi propia versión mítico-populachera del personaje. Bush no es para mí un Emperador Palpatine ni un avatar de Ming el Despiadado , sino un carácter no mucho más complejo en sus motivaciones, pero sí en su clasificación moral.

Pero para presentarlo adecuadamente, abandonaré este registro de "blogero ensayista" y os contaré una historia.

El vengador.


Érase un vez un magno imperio situado en el centro del Océano: un país esplendoroso, aislado y autocomplaciente, que en su soberbia se creyó superior al resto de los pueblos de la Tierra y en la contemplación ensimismada de su propio poder se dejó llevar por una falsa sensación de invulnerabilidad, de que las guerras y los males que asolaban al resto de los pueblos eran miserias propias de razas inferiores y nunca podrían hacer sentir su efecto en su propio territorio, y sobre sus propios habitantes.

Al trono supremo de este imperio un día ascendió un príncipe de sangre no muy buen político ni muy prudente en sus palabras o sus hechos; pero si se podía dudar de sus dotes de gobernante, nadie podía dudar de su legítima pertenencia a una de las familias más ilustres de la estricta endogamia entre la que aquel pueblo siempre escogía a sus gobernantes.

Este príncipe se sentó en el trono y se disponía a regir los destinos de un imperio próspero y en paz, tarea para las que incluso sus exiguas dotes hubieran alcanzado si se rodeaba de sabios consejeros, cuando por primera vez en su historia, el mítico imperio fue atacado, y las plateadas torres de la más monumental de sus ciudades se derrumbaron, entre pánico, muerte y caos, bajo el ataque de un malvado enemigo de cuya existencia la mayor parte de los súbditos de nuestro príncipe ni siquiera tenían noticia.

La ira y la convicción insensata de que una pronta venganza siempre trae con ella la desactivación del enemigo y una mayor seguridad para todos impulsaron al príncipe a salir de las extensas y hasta entonces tranquilas fronteras de su imperio y sembrar la destrucción por tierras extranjeras. Si su inteligencia no era grande, su fuerza sí era mucha, y en los siguientes años su presencia se hizo notar en los parajes más lejanos, haciendo en todo tipo exhibición de su poder, de su imprudencia y su soberbia, no siempre distinguiendo bien a los neutrales de los enemigos, o a un tipo de enemigo de otro.

Como era obvio, esta larga y descabalada persecución de su venganza causó mucho dolor y resentimiento universales, le acarreó el rechazo de gentes que en otras circunstancias hubieran sido sus aliados, y le convirtió en un chivo expiatorio fácil de otros supervillanos, que en aquel mundo existían, y no pocos, que se aprovecharon de lo fácil que es culpar de los propios crímenes a alguien antipático, poderoso y aislado.

¿He contado ya que una de las obsesiones de este príncipe era la venganza? La otra era estar a la altura de su padre, que por un tiempo también había regido aquel imperio, con más suerte que él, o tal vez con más tino.

Por eso mismo, a nuestro personaje le cuadra el apodo de "El hijo vengador":


IMPERIUS REX!

Una parte de los lectores, especialmente los más a la izquierda, pueden discrepar de mi visión de los ataques que sembraron el pánico, la muerte y el caos en el Imperio como algo inesperado y no provocado. A ellos les recuerdo que el 11 de septiembre fue antes de la invasión de Irak, y no al revés. Hay gente que tiende a olvidarlo.


CRÉDITOS:

Una parte de la ilsutración está tomada de un dibujo de Al Milgrom para, obviamente, la Marvel; la otra de


http://www.caricaturesbylisa.com/bw_gallery.htm

martes, mayo 09, 2006

Presencias en mis estanterías.

Jean Mallart prosigue con su arroutada (en gallego, "arrebato de entusiasmo no muy razonable", según el Diccionario Kohell) de convertir las fotos de su biblioteca personal en un catálogo en hipertexto (véase aquí su bitácora). Los resultados son lo bastante espectaculares como para que me haya dado la ventolera (arroutada en andaluz) de imitarle.


Y ahí empiezan mis problemas, que no voy a describir cuando se muestran por sí mismos. En vez de una foto pulcra, expresiva, imponente, como las de Monsieur Mallart, que copio a continuación:


...a mí me ocurre que, cada vez que enfoco uno de los muchos receptáculos de libros esparcidos por toda mi mansión, me encuentro con extraños fenómenos ópticos, manchas, borrones, que me impiden una perfecta visión final de mis libros. Lo he intentado con cámara digital, con la Palm Zire, con el scanner, con el teléfono móvil, y hasta con el telefonillo de abrir la puerta (en este útlimo los resultados han sido los peores), y siempre me encuentro con los mismos problemas visuales.

Muestro a continuación algunos ejemplos. En todos los casos la visión de los libros deja mucho que desear:


Con cámara digital






Con teléfono móvil





Con Palm Zire



Con el telefonillo de abrir la puerta (me costó horrores encontrarle un USB que le fuera bien)


Nada, que no hay manera. Cada vez que enfoco una estantería con libros, aparecen esas siniestras manchas, de cariz casi sobrenatural, que velan la imagen, como una foto en un cementerio en el programa de Iker Jiménez. ¿Qué presencias habitan mi casa? ¿Podré pedirle una pasta al Ayuntamiento de mi localidad por interés psíquico turístico, como ha pasado en Bélmez?

Seguiremos informando.