El comentario recogido aquí surgió a colación de una discusión en el grupo Usenet es.rec.ficcion.misc sobre determinadas verdades fundamentales del género.
El usuario Crandell escribió:
Lo digo porque, sea o no de cifi, la Biblia es evidentemente más moderna que la Odisea.
Una pregunta: la "cifidad" o cualidad de una obra de ser de ciencia ficción, ¿depende de ciertas características esenciales del texto, de la intención del creador o creadores literarios, o de la actitud y el entorno histórico e ideológico del lector? Recuerdo que de niño leí un libro de Von Daniken titulado "Profeta del pasado", cuyo protagonista estelar era el Arca de la Alianza, de cuya naturaleza y fabricantes, lo que decía Von Daniken os podéis imaginar fácilmente [1].
Desde luego, Von Daniken (suponiendo que creyera sinceramente en lo que defendía) o uno de sus seguidores leería, hoy, la Biblia como una obra de cifi. No la leería igual un culto y creyente exegeta luterano, por ejemplo, ni ha sido leída así por la mayoría de la gente durante siglos.
Por cierto, ¡qué graciosa era "Profeta del pasado"! Venga a escarbar tremebundos pasajes bíblicos en los que el vengativo y puñetero YHVH de los ejércitos se cebaba en el inocente, con un mensaje moral accidental que yo encontré bastante sano: demostrar que no es que Dios fuera un sádico, sino que era un descuidado que había permitido que Oriente Medio se llenara de artefactos nucleares en manos de una Humanidad insensata e irresponsable y llena de semítica mala leche (y miel).
Dios o quien sea también permite que la historia se repita.
Uan batallita acerca de mi experiencia personal con los OVNIs: he conocido gente culta y con formación científica sólida que fue creyente "fuerte" en ellos hasta edades relativamente maduras [2], la veintena y más. E incluso ahora, si comentas algo de estos asuntos con ellos, les notas un cierto vacío emotivo, una añoranza de que la realidad fuera más rica y sugerente, más variada y esperanzada a corto plazo en la Gran Pregunta de si estamos solos en el Universo, de lo que todos los indicios apuntan ahora.
Sobre todo, observo que echan en falta un paradigma [3] en el que encajen al mismo tiempo, por un lado, su amor, su fascinación por la Ciencia como una ventana a las grandes preguntas de la Naturaleza, por otro, sus preocupaciones existenciales y estéticas, y, finalmente, su interés por las Humanidades, por los fundamentos culturales basados en la historia y en la tradición que conforman nuestra identidad colectiva.
El entramado pseudo-religioso ufológico (especialmente en su vertiente "antiguos astronautas") abastecía bastante bien de todo eso, a diferencia de una gran parte de la literatura (y de la actitud) científica de hace unos años[4], inecesariamente áridas y ensimismadas en la casuística.
Vamos, resumiendo, que cuando hablas ahora con esa gente, el mensaje final es: "no creo en esas cosas, no tienen ni pies ni cabeza, es absurdo y estúpido; pero, ¡ay! ¡cuánto más bonito era cuando todo aquello parecía tener algo de sentido!, aunque, claro, no voy a admitirlo abiertamente".
En mi caso, se puede decir que si mi actitud actual ante toda aquella "religión" es de ateo fuerte, mordaz y furibundo, en mi niñez (expandida) era de un agnosticismo complaciente: me agradaba esa actitud de veneración y estudio de nuestros orígenes culturales, pero muchos de aquellos postulados eran lógicamente inaceptables (se contradecían los unos a los otros), y muchas de aquellas manifestaciones eran obviamente un timo, muchas veces malintencionado, pero no rechazaba [5] una cierta "verdad de fondo", aunque la encontraba demasiado distante, indemostrable, inaprensible e irrelevante a efectos prácticos como para preocuparme mucho por ella.[6]
A mí, personalmente, quien me curó definitivamente de todo aquello fue Carl Sagan: recuerdo como si hubiera sido anoche la primera vez que vi el primer episodio de "Cosmos", en la que el tío empieza viajando por las lindes exteriores del Sistema Solar a velocidades (subjetivas) muy superiores a la de la luz y termina dándose un paseíto por el atrio de la Biblioteca de Alejandría con aire cotidiano y aquella divertida chaqueta de profesor americano de los setenta de hombros graciosamente angostos, como quien va al bar de la Facultad.
Ahí encontré una forma de ver las cosas en la que encajaban Ciencias y Letras, y aunque, desde luego, no necesariamente mi forma de ver las cosas es exactamente igual a la de Sagan, y no afirmo que me diera clara cuenta en ese mismo momento, ahí empezó mi propia convicción personal de que si mucha gente más o menos inteligente y sensata se siente en cierta medida desengañada por la Ciencia es porque cometen el error de esperar de ella un rol paternalista extremo, una figura protectora que te protege de la incertidumbre dándote todas las respuestas, cuando la Ciencia sólo te responde el cómo [7] y el resto de las respuestas te las tienes que dar tú mismo, a través de la filosofía, y sabiendo que, en lo que a tus necesidades "íntimas" se refiere son, y siempre serán, frágiles soluciones caseras, que pueden verse obligadas a cambiar, y no Verdades Eternas Dictadas por No Se Sabe Quién.
Verdad Eterna es un oxímoron en un mundo como éste, que muy evidentemente, ni es eterno, ni es inmutable. La clave del asunto es conseguir un estado de ánimo en el que asumir esa fragilidad, esa precariedad de lo que somos, y por ende, de lo que sabemos y damos por supuesto, no nos turbe, sino que nos traiga una cierta paz interior, a ser posible sin tener que tomar muchas pastillas.
Fin.
Podéis ir en paz.
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