domingo, mayo 14, 2006

El vengador.

Una contribución de Jean Mallart al creciente imaginario en torno a George W. Bush me da pie a una reflexión en clave ligera sobre las genuinas claves mítico-populares para entender a tan peculiar personaje (me refiero a Bush, no a Jean Mallart).

Abundan últimamente las comparaciones que lo presentan como el típico líder de un Imperio del Mal cuysa desmedidas ansias de poder lo colocan como la máxima amenaza a la paz: Un Sauron, un Hitler, un Señor de Annuvin. La alusión de Jean abunda en esta vertiente, y en general todas estas visiones responden a una creciente reacción anti-Bush en buena parte de origen puramente americano, y que, curiosamente en ese país, en los últimos tiempos ha pasado de la crítica, ácida y hostil, pero más o menos basada en argumentos, a una campaña desmedida y desbocada en la que las críticas han sido suplantadas por las conspiranoias más calenturientas, incluyendo la supuesta implicación de la familia Bush en el asesinato de J. F. Kennedy, un meme que en vez de quedarse en el ámbito de los abducidos de mollera ha ascendido a los salones y cócteles de figuras relevantes de la izquierda americana, como Oliver Stone, que se apresuran a darle un apoyo disimulado pero implícito, en un acto de irresponsabilidad cívica bastante chocante.

Con todo lo preocupantes que me resultan las extensiones a la vida real de la visión reducida y maniquea de los grandes clásicos de la ficción fantástica y de aventuras, sea en la faceta de "sauronización" de un presidente de los U.S.A. o en cualquier otra, hay que reconocer que, en este asunto, todo este rollo del Imperio Que Amenaza al Mundo y tal y tal lo empezó Bush, con aquellas campañas de opinión sobre el Eje del Mal, que sencillamente se han vuelto en su contra, y que para muchos finos y sagaces analistas (como, por ejemplo yo) nos dieron la pieza de convicción que nos faltaba para llegar a la conclusión de que el cuadragésimo segundo presidente de los Estados Unidos de América no era lo que parecía: un incompetente (como muchos de los mejores presidentes americanos, por otra parte) cuyas expectativas de un mandato tranquilo, económicamente próspero y sin grandes amenazas se vinieron abajo ante un 11 de septiembre que no supo prevenir ni responder, sino que era, lisa y llanamente, un tonto y un insensato.

Y llegamos así a mi propia versión mítico-populachera del personaje. Bush no es para mí un Emperador Palpatine ni un avatar de Ming el Despiadado , sino un carácter no mucho más complejo en sus motivaciones, pero sí en su clasificación moral.

Pero para presentarlo adecuadamente, abandonaré este registro de "blogero ensayista" y os contaré una historia.

El vengador.


Érase un vez un magno imperio situado en el centro del Océano: un país esplendoroso, aislado y autocomplaciente, que en su soberbia se creyó superior al resto de los pueblos de la Tierra y en la contemplación ensimismada de su propio poder se dejó llevar por una falsa sensación de invulnerabilidad, de que las guerras y los males que asolaban al resto de los pueblos eran miserias propias de razas inferiores y nunca podrían hacer sentir su efecto en su propio territorio, y sobre sus propios habitantes.

Al trono supremo de este imperio un día ascendió un príncipe de sangre no muy buen político ni muy prudente en sus palabras o sus hechos; pero si se podía dudar de sus dotes de gobernante, nadie podía dudar de su legítima pertenencia a una de las familias más ilustres de la estricta endogamia entre la que aquel pueblo siempre escogía a sus gobernantes.

Este príncipe se sentó en el trono y se disponía a regir los destinos de un imperio próspero y en paz, tarea para las que incluso sus exiguas dotes hubieran alcanzado si se rodeaba de sabios consejeros, cuando por primera vez en su historia, el mítico imperio fue atacado, y las plateadas torres de la más monumental de sus ciudades se derrumbaron, entre pánico, muerte y caos, bajo el ataque de un malvado enemigo de cuya existencia la mayor parte de los súbditos de nuestro príncipe ni siquiera tenían noticia.

La ira y la convicción insensata de que una pronta venganza siempre trae con ella la desactivación del enemigo y una mayor seguridad para todos impulsaron al príncipe a salir de las extensas y hasta entonces tranquilas fronteras de su imperio y sembrar la destrucción por tierras extranjeras. Si su inteligencia no era grande, su fuerza sí era mucha, y en los siguientes años su presencia se hizo notar en los parajes más lejanos, haciendo en todo tipo exhibición de su poder, de su imprudencia y su soberbia, no siempre distinguiendo bien a los neutrales de los enemigos, o a un tipo de enemigo de otro.

Como era obvio, esta larga y descabalada persecución de su venganza causó mucho dolor y resentimiento universales, le acarreó el rechazo de gentes que en otras circunstancias hubieran sido sus aliados, y le convirtió en un chivo expiatorio fácil de otros supervillanos, que en aquel mundo existían, y no pocos, que se aprovecharon de lo fácil que es culpar de los propios crímenes a alguien antipático, poderoso y aislado.

¿He contado ya que una de las obsesiones de este príncipe era la venganza? La otra era estar a la altura de su padre, que por un tiempo también había regido aquel imperio, con más suerte que él, o tal vez con más tino.

Por eso mismo, a nuestro personaje le cuadra el apodo de "El hijo vengador":


IMPERIUS REX!

Una parte de los lectores, especialmente los más a la izquierda, pueden discrepar de mi visión de los ataques que sembraron el pánico, la muerte y el caos en el Imperio como algo inesperado y no provocado. A ellos les recuerdo que el 11 de septiembre fue antes de la invasión de Irak, y no al revés. Hay gente que tiende a olvidarlo.


CRÉDITOS:

Una parte de la ilsutración está tomada de un dibujo de Al Milgrom para, obviamente, la Marvel; la otra de


http://www.caricaturesbylisa.com/bw_gallery.htm

martes, mayo 09, 2006

Presencias en mis estanterías.

Jean Mallart prosigue con su arroutada (en gallego, "arrebato de entusiasmo no muy razonable", según el Diccionario Kohell) de convertir las fotos de su biblioteca personal en un catálogo en hipertexto (véase aquí su bitácora). Los resultados son lo bastante espectaculares como para que me haya dado la ventolera (arroutada en andaluz) de imitarle.


Y ahí empiezan mis problemas, que no voy a describir cuando se muestran por sí mismos. En vez de una foto pulcra, expresiva, imponente, como las de Monsieur Mallart, que copio a continuación:


...a mí me ocurre que, cada vez que enfoco uno de los muchos receptáculos de libros esparcidos por toda mi mansión, me encuentro con extraños fenómenos ópticos, manchas, borrones, que me impiden una perfecta visión final de mis libros. Lo he intentado con cámara digital, con la Palm Zire, con el scanner, con el teléfono móvil, y hasta con el telefonillo de abrir la puerta (en este útlimo los resultados han sido los peores), y siempre me encuentro con los mismos problemas visuales.

Muestro a continuación algunos ejemplos. En todos los casos la visión de los libros deja mucho que desear:


Con cámara digital






Con teléfono móvil





Con Palm Zire



Con el telefonillo de abrir la puerta (me costó horrores encontrarle un USB que le fuera bien)


Nada, que no hay manera. Cada vez que enfoco una estantería con libros, aparecen esas siniestras manchas, de cariz casi sobrenatural, que velan la imagen, como una foto en un cementerio en el programa de Iker Jiménez. ¿Qué presencias habitan mi casa? ¿Podré pedirle una pasta al Ayuntamiento de mi localidad por interés psíquico turístico, como ha pasado en Bélmez?

Seguiremos informando.